Dos aspectos zoopolíticos del electorado español

1. Cuando la Modernidad sea un Gas

Tal cual se nos aparece hoy -es decir, como una forma de dominación- la Democracia representa el refinado producto de un laboratorio político al servicio del Capitalismo. La verdadera naturaleza de la Democracia, al menos desde la perspectiva de una genealogía del presente que elude sus raíces helénicas, no responde en realidad a un modelo pluralista de participación, sino que viene dada por el lema “divide y vencerás”. Decir que la ley del régimen vigente ha de acatarse porque “lo ha elegido la mayoría” es, así, una compleja trampa dialéctica que nos sustrae la verdadera identidad de quién maneja a dicha mayoría.

Cuando se pregunta por el enemigo en el marco de un régimen democrático, la respuesta adecuada al contexto es que no hay tales enemigos: todo lo que ha sido elegido lo ha elegido el Pueblo. La cuestión para el antagonismo es, pues, elucidar por qué elige lo que elige la Mayoría –esa, en términos orteguianos (y también de Sloterdijk), «masa»- y presionar para que cambie su parecer por medios pacíficos (siempre alternativos al necroempoderamiento del tipo terrorismo, guerrilla, ejércitos paramilitares, etc., descrito principalmente por Sayak Valencia a partir de Achile Mbembe).

Sin embargo, preguntar por el enemigo es también una pregunta que en otros términos parece interesarse por quién ostenta verdaderamente el Poder en la Democracia de la era Global. Vivimos -afirman los sociólogos como Ulrich Beck y Anthony Giddens– al filo de la “pospolítica” en un mundo que comienza a organizarse espacialmente al estilo de las “posnaciones” de Arjun Appadurai, los “Estados-mercado” de Valencia y, cabe decir, los Estados-despensa como Papúa Occidental. Mandan, entonces, el dinero y sus especuladores.

Decía también Zygmunt Bauman, exitosamente, que los sólidos pilares de la Modernidad se han disuelto y que ahora fluyen livianos y pervertidos por la cartografía geopolítica contemporánea, escindiendo un mundo de ricos de todo tipo de clases subalternas (hasta llegar a “la no parte de la no parte” descrita por Slavoj Zizek). No obstante, gracias al Calentamiento Global -y otras cuestiones más reales, pero igual de candentes y decisivas para el siguiente cambio de fase- esos fluidos no tardarán en volatilizarse y la Modernidad se volverá vaporosa.

Esto se ve muy claro si reparamos en que otra característica de nuestra era es la emergencia de numerosas, por así llamarlas, ‘posidentidades’. En efecto, los movimientos LGTBQ (lesbian-gay-transexual-bisexual-Queer) vienen desde lejos realizando un trabajo formidable que subvierte las tradicionales identidades de género, y presenta formas alternativas al patriarcado y los matriarcados habituales. Pero su ruptura, dentro de lo escandaloso, es tan sólo una disyunción intraespecífica: al final, todo queda entre nosotros y nosotras. No obstante, los movimientos por un lado posthumanistas, transhumanistas, etc. (Hottois, 2013) y por otro transespecistas, tranimalistas, etc. (Kelley, 2014), sí suponen verdaderas rupturas del orden establecido –Natural– de las cosas: el transhumanismo implica ir más allá de lo humano por medio de la aplicación de técnicas y tecnologías que sobrepasan su biología, proporcionando el acceso a un nuevo estado de nuestra intrínseca «ultrabiología» (Ortega); mientras que el transespecismo es una huida hacia lo profundo de la Naturaleza, algo así como un retorno a la animalidad cuanto menos estético.

Pero otras formas híbridas como los xenotransplantes -que implican un transespecismo sanitario- la idea de incrementar las capacidades cognitivas de los animales no humanos, o el interés por crear cuerpos sin mente -pero vivos– para emplearlos en experimentación. Todo ellos son tipos de monstruos emergentes –en el sentido de insólitos, extraordinarios para el relato histórico- que, en conjunto, harán necesario el replantear las fronteras identitarias también de los individuos y no sólo de los espacios políticos, de consumo, comunicación o económicos. Es entonces cuando la Modernidad se va a evaporar definitivamente.

Después, según dice la lógica de la agregación de la materia, la Realidad se volverá un plasma y, aunque no está en absoluto asegurado, puede que entonces vuelva a empezar a girar de nuevo la rueda del eterno devenir partiendo de una fase de solidificación. Qué cosas, o cómo cristalicen, de entre los escombros de este proyecto fracasado es otra cuestión. Aunque conviene advertir que, sin lugar posible a la fuga, el nuevo escenario siempre estará sujeto a ese dictum que Ortega comparte con la teoría biofísica de la ecología. A saber: que el tiempo, ni el hombre, ni los ecosistemas “pueden volver a ser lo que ya han sido”. Sí, puede que el nuevo formato de la Modernidad sea vaporoso, más ligero si cabe que los demás fluidos, respirable y posiblemente aromático; pero también será más difícil de contener, intrusivo, informe y, de antemano, no estamos muy seguros de si podremos regresar de este nuevo estado. Por lo demás, ¿quién sabe cómo se combate un Gas?

2. Síntesis de Gases y Necropolíticas

Suficiente con la teoría filosófico-política, o lo que quiera que se ha sugerido en el apartado anterior. Apartado que, por otra, ha representado una prueba de fe -o una invitación a la salida- especialmente pensada para las lectoras y lectores que pertenecen al grupo A de la breve taxonomía que a continuación presentaré; aunque sea a ellos y ellas a quiénes, todo sea dicho, está destinado toda esta especie de texto.

De forma sintética, en él primero he presentado una crítica muy breve pero igual de concisa en torno al uso abusivo de la Democracia por parte de lo que ya deberíamos conocer como Necropoderes. Poderes de este tipo (entre ellos Estados, Mercado Neoliberal, Corporaciones Transnacionales, etc.) destinan gran cantidad de recursos en la manipulación de lo que se ha llamado Ciudadanía, pero también de lo que no lo es (mujeres, niñas y niños y el gran conglomerado de esclavas y esclavos contemporáneos). Cuando los antágonos antisistema preguntan por el enemigo, el propio sistema produce una respuesta automática: los enemigos son tus vecinas y vecinos, tus compatriotas o, en un nivel más general, tus generes humanos. Eso no es cierto, si bien son estos grupos los que toman sus decisiones a través de los dispositivos políticos disponibles, tras ellos se ve la mano del Capitalismo, etc., influyendo decisivamente y de antemano sobre dichas decisiones. No decide, por tanto, la masa, sino los infames agentes que la pastorean. En segundo lugar, he especulado acerca de un posible cambio de fase en la Modernidad, afirmando que puede que se de este paso gracias a la evaporación de los líquidos vertidos anteriormente: la concepción de los propios Estados, el fluir del Capital y las Mercancías o, cuestión central, la evaporización de la identidad humana vía la técnica y la tecnología. Sobre este tema queda mucho por decir, pero no es este lugar destinado para ello.

Sirva el apartado y la síntesis que nos preceden para ubicar al electorado español en unas coordenadas precisas, aunque sean muy generales y, aparentemente, poco tengan que ver con el panorama político contemporáneo que le es propio. No obstante, la Necropolítica -tal y como la presentaran en un marco decolonialista Mbembe y Valencia, desde una visión Queer y “transfeminista” al estilo de Marina Gržinić y ‎Šefik Tatlić, o acentuando la cuestión de la austeridad y las políticas sociales como Gounari Panayota y Anna Carastathis– según la concibe Clara Valverde es una absoluta realidad también en nuestro contexto nacional. Digamos, haciendo las veces de un adelanto que aquí no será consumado, que es el Poder (bien político, económico, cultural o todo junto) quién decide en última instancia quién vive y quién muere –o, como desarrollaré en otro lugar: quién muere para que quién viva, quién muere antes que quién, etc.- y que estas necropolíticas –en tanto deciden quién y quién no todavía mueren- forman parte de la lenta perturbación que desencadenará el cambio de fase hacia el gas de la Modernidad.

Tomemos, pues, a Clara Valverde para ir concluyendo este relato con un apartado empírico y ‘autoexperimental’ que no volverá a tratar las cuestiones que hasta aquí se han planteado. Lo que sigue podrá describirse como un gesto humorístico, pasivo-agresivo, positivo, etc., pero en realidad no hay mucho de todo eso. Siempre he pensado que la Civilización, o el control de la violencia y del poder de matar, se han impuesto únicamente sobre la población de la clase no política, civil o seglar. Los poderes fácticos (Estados, Mercado, Religiones, etc.) parecen poder vulnerar impunemente todo dictamen de la norma: ellos habitan la excepción foucaltiana de la ley, e imponen para su beneficio ese problemático régimen excepcional descrito por Giorgio Agamben. La suerte que tienen es que, efectivamente, la ciudadanía se ha civilizado y –soslayando las técnicas de necroempoderamiento- a lo más que aspira es al escrache, mientras que en otras épocas ya habrían rodado varias cabezas y la sangre de los poderosos y las poderosas se abría mezclado con la de nuestros ríos. No hay, pues, nada de positivo ni esperanzado en la hilaridad que pueda producir, al menos, uno de los casos que expondré. De hecho, personalmente me posicionaría, como hace Clara Valverde, en contra del pensamiento positivo, en tanto que:

«El desarrollo y el uso del positivismo es una aplicación muy útil del lenguaje para el control de las mentes de los ciudadanos en tiempos neoliberales. Con el uso del llamado “pensamiento positivo” se está pasando del control externo al control interno de la población en todos los aspectos de la vida: laboral y económico, sanitario, educativo, etc. Vemos cómo la infiltración de los valores neoliberales en los individuos que interiorizan estas normas sociales y pensamientos, les impiden ver la realidad del neoliberalismo. También les hace sentirse culpables de su situación individual: paro, problemas para pagar la hipoteca, enfermedad, etc. El ciudadano, en un trabajo precario o en el paro, bombardeado con mensajes de la importancia de “pensar en positivo”, desarrolla dudas sobre sus posibles desacuerdos con las políticas actuales y su malestar con su propia situación. Crear dudas en la población es de gran importancia para que el Estado y sus elites lleven a cabo sus proyectos económicos.

Por todos los canales posibles (sistema sanitario, empresas, medios de comunicación, deportes, etc.), se ha conseguido imponer una forma de ser y de pensar particular como única, y si alguien no consigue mantener el pensamiento “positivo”, se le tacha de ser uno de esos nuevos “pecadores” que tiene pensamientos “negativos”.

La pandemia del “pensamiento positivo”, que se utiliza para intentar convencer de que perder el trabajo es una “gran oportunidad para abrirse nuevos horizontes” o de que el tener cáncer es “un regalo para ver la vida con más optimismo” es, como decía Bourdieu, una “violencia simbólica” en la que un grupo impone significados, ideas y símbolos sobre el resto» (Link).

 3. Ni dentro, ni fuera: por encima

Propondré ahora, antes de terminar de forma abrupta, los motivos por los que cabe considerar en un marco zoológico a las dos vertientes políticas clásicas de España. Cabe advertir por adelantado que, mientras que una de ellas parece no haber abandonado una cultura de animalidad bastante primitiva, la otra no ha alcanzado todavía el nivel de algunas de las más básicas formas de comunidad animal. Vayamos por partes en esta fisiología de la ciudadanía política española.

CASO A

Me gusta reñir a mis gatos cuando se portan mal, aunque prefiero hacerlo con un rostro de opreso amable o, como es muy común en estos tiempos, cómico. Así pues, entre muchas otras, a veces adopto la voz de Hugo Chávez para abroncarle y le digo cosas al estilo de « ¡bájese de la cocina “mister Danger”!». Ya pueden figurarse cuando recuerdo aquello de “ayer el diablo vino aquí, en este lugar huele a azufre”. Pero, bromas aparte, la cuestión es que funciona y el gato cesa su conducta disruptiva.

Ahora, se me antoja que es exactamente lo que sucede a una porción del electorado español. Y no porque yo sea chavista, que en absoluto lo soy, es que sencillamente es una estrategia de manipulación en la que el uso de cadáveres como el de Chávez (literales) o Fidel Castro (políticos) son meros recursos retóricos. ¿Alguien en su sano juicio cree que un modelo como el de Venezuela puede exportarse a un contexto como el español? Sin ir más lejos, está el petróleo de la cuenca Yasuní convirtiendo a ese país en un enclave energético fundamental y, por tanto, en objetivo político y militar nada despreciable. España no tiene nada de eso, más bien hoy es un erial energético. Pero el caso es que a algunos españoles y españolas -como le pasaría a mi gato, si no se los hubiéramos cortado (cosas de la domesticación)- se les ponen de corbata cuando oyen el nombre de Chávez.

CASO B

En este caso tomamos a la Izquierda española como lo que es: a saber, una comunidad socio-cultural de animales circunscrita a un territorio. El problema, que viene sucediendo desde la Guerra Civil, es que está comunidad no alcanza en organización ni al nivel básico de la biocenosis. Karl Möbius, quien perfectamente podría ser considerado el padre alternativo de la Ecología finisecular del XIX, descubrió como se organizaba una sencilla comunidad de ostras mediante la interacción entre ellas y su medio, prefigurando la perspectiva sistémica que posteriormente alumbraría la ciencia de la Ecología. La cuestión, al margen de la definición exacta y las repercusiones epistemológicas de este descubrimiento, es que la biocenosis es una comunidad de individuos de la misma especie que funcionan en sintonía para explotar su medio y proliferar.

La izquierda española también funciona en base a una explotación económica (o proyecto de) de los recursos energéticos, la biomasa humana y los materiales disponibles en un medio determinado –digamos, eludiendo la cuestión del canibalismo energético transnacional, España- y son individuos de la misma especie: la Izquierda política (sea lo que sea que eso represente en realidad). La pregunta es entonces por qué, dentro incluso de su ruindad -intrínseca a la condición política- y su mala proyección de la explotación del medio, es una comunidad que no funciona, y que trata incluso de promover una especie de transideologismo fusionando el gradiente político entre la derecha (C´s) y la izquierda (¿PSOE?).

[Estoy seguro de que todo esto tiene una moraleja, pero me da pereza elaborarla para nadies como ellos y ellas. Tú y yo ya sabemos perfectamente lo que hay que hacer.]

Gasmask-2

 

 

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